Hace poco, los
niños de 2º de Educación Infantil, del Colegio Santa Ana, nos fuimos de
excursión a Bandaliés. Fue una jornada muy emocionante…
Entramos al
cole, preparados “como si fuéramos exploradores”, con nuestras mochilas,
gorras, y sobre todo…, con el “corazón palpitante”, porque íbamos a viajar todos
juntos en un gran autobús.
Una vez bien
sentados y sujetos con el cinturón de seguridad, el conductor nos puso en
marcha.
A través de
nuestras ventanas, ya empezamos a ver “las cosas” de forma fascinante.
Circulando por la ciudad, reconocimos lugares; y en la salida, vimos en lo alto
de una montaña, ¡“el castillo de Montearagón”!.
Estábamos
tan contentos, que de la boca se nos escapaban las letras: B,R,A,V,O…¡BRAVO!.
Pronto
llegamos al pueblo, donde nos esperaba “Raimundo” en su taller de Cerámica
Abio.
Tras
saludarnos, se colocó en “su torno” (que al apretar un pedal giraba rápidamente),
con fuerza puso encima un gran trozo de arcilla, se mojó las manos, y de
repente...¡apareció la forma de un cono!.
Lo podía
hacer más alto, bajo, ancho, estrecho…, y con sólo darle unos toques con sus
dedos, se transformaba en algo bonito: una jarra, una tetera, un cuenco, una
cesta, una divertida hucha de cerdito, ¡y también una “cucaña”!.
Como estamos
conociendo México, hemos aprendido que allí son muy famosas, pero las llaman
“piñatas”. Cuando hagamos nuestra fiesta mexicana, jugaremos con ella,
intentando romperla para que nos salgan sorpresas.
Luego nos
enseñó “el horno”, el lugar donde mete las piezas hasta dos veces. Nos
impresionó las llamaradas de fuego que salían de su interior (menos mal que
antes ya nos avisó de que no era peligroso).
Después
subimos a ver su exposición de obras. Todo el espacio estaba ocupado: las
paredes, estanterías que llegaban al techo, grandes mesas, por el suelo...
Nuestros
ojos no paraban de descubrir objetos curiosos, desde impresionantes jarrones
que eran más grandes que nosotros, hasta diminutos botijos. Pero, ¿sabéis qué
cosas nos gustaron más?: los silbatos de agua con forma de pajarito, y la
colección de huchas de cerditos pequeñitos. Pero había uno, ¡que era enorme!.
Tras darle
las gracias a Raimundo por su amabilidad, y felicitarle por su buen trabajo,
nos fuimos a una plaza para almorzar, y en la que también estuvimos jugando.
El tiempo “se
nos pasó volando”, y el autobús nos esperaba para regresar a nuestro cole de
Huesca.
Todos
volvimos “sanos y salvos”, sin que nadie se hubiera lastimado, y además… ¡sin
que nadie hubiera roto ninguna pieza de Raimundo!.
Seguro que
pronto volveremos a visitarlo, para comprarle una de las mini huchas-cerditos,
o uno de los silbatos-pajaritos.